La interseccionalidad no es un marco teórico: es la vida real. Es el modo en que se entrelazan en nuestros cuerpos las desigualdades que el sistema de salud, muchas veces, prefiere no nombrar. Y justamente por eso, desde la Campaña Nacional contra la Violencia Ginecobstétrica (CAMPVGO), realizamos nuestro 2° conversatorio “Violencia ginecobstétrica e interseccionalidad”: para abrir un espacio donde esas experiencias, tantas veces silenciadas, puedan hacerse escuchar, incomodar, transformar.
Este encuentro no fue solo una actividad más de la campaña. Fue un ejercicio colectivo de memoria, denuncia y construcción política. Una apuesta a decir, otra vez, que la violencia ginecológica y obstétrica no es un hecho aislado: es una violencia estructural que se expresa de maneras distintas según nuestra identidad, nuestro territorio, nuestras condiciones materiales y nuestros cuerpos.

Contamos con la presencia y la potencia del Movimiento Travesti Trans Argentina (MTTA), de Brújula Intersex, de compañeres de comunidades BDSM y de activistas y personas con discapacidad que trajeron la marca de violencias que el sistema de salud todavía se rehúsa a nombrar. Todas las historias compartidas estaban atravesadas por un mismo entramado: prácticas autoritarias, infantilización, intervenciones sin consentimiento, negación de acompañantes, estigmatización moral, maltrato verbal y un disciplinamiento que opera especialmente sobre los cuerpos que desafían la norma.
En este punto surgió algo fundamental que necesitamos seguir diciendo con claridad: no estamos hablando solo de desinformación o de “malas prácticas”, ni de fallas aisladas en la comunicación. Las violencias ginecobstétricas —tal como lo han señalado organismos internacionales como la Relatoría Especial de la ONU sobre la Tortura, el Comité contra la Tortura (CAT) y la Organización Mundial de la Salud— incluyen conductas que constituyen tratos crueles, inhumanos y degradantes y, en muchos casos, prácticas de tortura. Esto se expresa, por ejemplo, en procedimientos médicos realizados sin consentimiento, en la negación deliberada de anestesia o medicación para el dolor como forma de castigo o corrección, en humillaciones y maltratos, en intervenciones sobre cuerpos intersex sin urgencia médica real, en la patologización de identidades, en amenazas de judicialización, en el control sobre acompañantes o en la vulneración sistemática de la privacidad y la autonomía.
La ONU ha sido clara: toda intervención médica forzada y toda práctica que niegue autonomía corporal —especialmente sobre personas gestantes, intersex, trans o con discapacidad— constituye tortura o trato cruel, inhumano y degradante, aun cuando ocurra dentro de una institución de salud y aun cuando quien la ejecute sea un profesional. Nombrarlo así no es exagerar: es hacer justicia. Es poner en palabras lo que muches vienen denunciando hace décadas y que el propio sistema se negó a reconocer bajo la idea de que “son cosas que pasan”.
A lo largo del conversatorio quedó claro que la perspectiva de derechos, si no es situada, es incompleta. No alcanzan los protocolos si quienes los aplican no pueden reconocer las condiciones sociales, políticas y afectivas de las personas que llegan al sistema de salud. La interseccionalidad funciona como un llamado a mirar más amplio, a escuchar mejor, a dejar de presuponer y a revisar las propias prácticas. Porque no hay neutralidad posible cuando hablamos de cuerpos. Y mucho menos cuando esos cuerpos han sido históricamente disciplinados, corregidos y normalizados.
Este conversatorio fue apenas el primero dentro de una temática tan vasta y necesaria. Quedaron abiertas muchas preguntas y muchos nudos por abordar: las interseccionalidades vinculadas a clase, salud mental, racialización, migración, corporalidades gordas, consumo problemático, adolescencia, vejeces y tantas otras experiencias que también atraviesan la violencia ginecobstétrica. La urgencia es enorme. El sistema de salud necesita una formación profunda y sostenida en cada una de estas dimensiones, con proyectos concretos, accesibles y con anclaje territorial, construidos en alianza con todas las agrupaciones, organizaciones y comunidades que quieran ser parte.
También necesitamos avanzar en la producción de datos y relevamientos propios sobre estas interseccionalidades. Hoy gran parte de estas experiencias siguen invisibilizadas porque el sistema de salud no las registra ni las dimensiona. Sin información concreta, las políticas públicas quedan incompletas y las violencias continúan naturalizadas. Contar con diagnósticos reales, comunitarios y territoriales es clave para impulsar transformaciones que estén a la altura de lo que vivimos. No alcanza con un conversatorio: necesitamos una política continua de escucha, acción y transformación.
Durante el encuentro también se acercaron organizaciones como la Fundación Micaela García, interesadas en generar alianzas reales y sostenidas en torno a esta temática urgente. Ese gesto es profundamente político: implica reconocer que la violencia ginecobstétrica no es un problema doméstico ni circunstancial, sino un asunto de derechos humanos que necesita articulación entre profesionales de la salud, instituciones, organizaciones comunitarias y organismos públicos.
Para la campaña, que se sostiene de manera autogestiva y comunitaria, cada puente es valioso. Cada alianza es una oportunidad para que más personas puedan acceder a información, acompañamiento y escucha. Y para seguir fortaleciendo estrategias de incidencia en políticas públicas, porque no hay cambio estructural sin transformación institucional.
Este conversatorio fue un paso más en un camino que venimos transitando hace años y que no vamos a abandonar. Seguimos construyendo espacios de conversación, formación y acción política para que quienes habitan el sistema de salud puedan revisar sus prácticas y para que quienes habitan sus cuerpos puedan exigir una atención digna.
Porque la violencia ginecobstétrica no es un destino. Porque los cuerpos hablan, resisten, recuerdan. Y porque transformar este sistema de salud exige abrazar todas esas voces, incluso las que incomodan.
Hacia el final del encuentro sonó una canción que nos dejó una frase que condensó toda la fuerza del momento: “Abraza las dudas y soltá el privilegio, a todo gesto patriarcal.” Ese es el horizonte. Ahí elegimos estar: en el gesto que escucha, en la práctica que se transforma, en la decisión colectiva de no volver a naturalizar violencias.




