En el Día Mundial de la Menopausia, reflexionamos sobre cómo el abordaje médico y cultural del climaterio puede convertirse en una forma de violencia ginecobstétrica que debemos visibilizar.
Cada 18 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Menopausia.
Desde la Campaña Nacional contra la Violencia Ginecobstétrica, queremos aprovechar esta fecha para visibilizar una forma de violencia poco reconocida: la que viven las mujeres y personas con útero durante el climaterio (etapa que incluye la perimenopausia, la menopausia y la postmenopausia).
Porque la violencia ginecobstétrica no termina con la fertilidad. También se ejerce sobre los cuerpos que ya no menstrúan, en cada consulta donde se patologiza el climaterio, donde se trata a la menopausia como una enfermedad o como una suerte de “premuerte”, donde se medicaliza sin brindar toda la información o se discrimina por la edad.
Y eso es precisamente lo que el patriarcado quiere que experimentemos: una etapa vital reducida a decadencia, silencio o vergüenza.
El climaterio no es una enfermedad
El climaterio es una transformación biológica, emocional y simbólica. Sin embargo, en la mayoría de las consultas ginecológicas se lo aborda como una patología que debe corregirse, curarse o postergarse.
Esa mirada no solo distorsiona su sentido y su valor, sino que impone una narrativa de déficit que genera miedo, dependencia y medicalización innecesaria.
Transformar un proceso natural en enfermedad es una forma simbólica de violencia ginecobstétrica, porque nos pone en alerta frente a un momento que podría vivirse como un tránsito de sabiduría y cambio, y porque tergiversa el propósito de esta etapa, reduciéndola a una “deficiencia hormonal” o una “enfermedad”.
Cuando el malestar se convierte en negocio
Esta mirada tergiversada nutre el negocio alrededor del climaterio y promueve la sobremedicalización: síntomas menores tratados con fármacos muy potentes, muchas veces sin informar sus posibles efectos secundarios.
Esto no significa negar que existan momentos desafiantes, sino cuestionar la tendencia a tratar la menopausia como un “defecto químico” a reparar, en lugar de un proceso humano que necesita acompañamiento.
Esta “menopesadilla” también ha vuelto fértil el terreno para la expansión de propuestas estéticas en consultorios donde el eje debería estar puesto en la salud. La cultura del “anti-age” invade incluso los territorios más íntimos, reforzando la idea de que la belleza y la vitalidad se agotan junto con la fertilidad. Estamos presenciando un auge inusitado de propuestas de “rejuvenecimiento vulvar”: tan profundo es el antiedadismo social, que ni siquiera nuestros genitales pueden envejecer en paz.
Nombrarla para transformarla
Nombrar esta violencia es un paso imprescindible para desarmarla.
Cuando reconocemos que la patologización, la medicalización excesiva y el silenciamiento del climaterio son formas de violencia ginecobstétrica, podemos exigir respeto, información y soberanía sobre nuestra salud no reproductiva.
El climaterio necesita otro lenguaje, otras formas de cuidado y una mirada que reconozca su potencia. Es una etapa de enorme transformación, y como toda transformación, requiere escucha, acompañamiento y respeto.
Gritemos “¡Basta de violencia ginecobstétrica!” también en nuestros climaterios.




